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La Orden de Malta se esfuerza por atender a los refugiados ucranianos en la frontera y en la región de Transcarpacia

El relato personal y conmovedor de una voluntaria de la Orden de Malta en Ucrania
La Orden de Malta se esfuerza por atender a los refugiados ucranianos en la frontera y en la región de Transcarpacia
11/03/2022

Los voluntarios de la Orden de Malta están desplegados en la región ucraniana de Transcarpacia, una zona separada del resto de Ucrania por los Cárpatos y por ahora aislada de la guerra. Es la segunda ruta de tránsito de refugiados más importante, la puerta hacia Hungría y Eslovaquia. En Transcarpacia hay una gran minoría de habla húngara.

El servicio de ayuda de la Orden de Malta del distrito de Berehovo, una de las cuatro oficinas locales de la Orden en Ucrania, ha creado un centro de información en el paso fronterizo de Astey, donde los voluntarios atienden a los refugiados que llegan a la frontera.  Una vez que han cruzado a Hungría, el personal del servicio de ayuda húngaro de la Orden de Malta sigue prestando la asistencia.

La mayoría de las familias refugiadas sólo hablan ucraniano. El servicio de ayuda de la Orden de Malta en Berehove ha elaborado un sencillo formulario en húngaro, que rellenan para los que esperan en la frontera, en el que se indica el número de miembros de la familia y sus edades, si tienen alguna enfermedad que requiera tratamiento, a dónde quieren ir y otra información pertinente. Estos formularios pueden ser entregados posteriormente por los refugiados al personal húngaro que les atiende, lo que agiliza y facilita su acogida y la organización de su posterior viaje a través de Hungría. Los voluntarios también prestan su apoyo a un orfanato en Uzhhorod, donde se alojan los niños que huyen de Kiev. Debido a la escasez de alimentos, los voluntarios transportan frecuentemente grandes cantidades de suministros.

Este es el relato de Maria Schumicky, una voluntaria húngara que colabora con la oficina de la Orden de Malta en Berehove, en Transcarpacia.

1 de marzo. Primer día.

Antes de salir de Budapest, me aprovisiono en una tienda para llevarme algo de comida: una vez que esté al otro lado, no quiero quitar comida de las donaciones que lleguen. Una vez llegada, me reúno con el jefe del servicio de ayuda de Malteser en Berehove, que está muy cansado pero me recibe con una cálida sonrisa en su casa, donde me ofrece una buena comida y una cama recién hecha. Me siento acogida y cuidada por esta gente: la guerra no está lejos pero no ha cambiado la hospitalidad y la tradición de dar una acogida digna a los huéspedes.

2 de marzo. Segundo día

Me levanto a las cinco y salgo hacia la frontera. Una vez allí, me acerco a los coches que pasan lentamente. Estoy con los demás voluntarios de la Orden de Malta. Preguntamos a la gente si quiere comer o beber. Rellenamos con ellos los formularios en húngaro.

Un joven abraza a una mujer con un abrigo negro que solloza en sus brazos. La consuela. Preguntamos si podemos ayudar. Son dos familias con muchos hijos. Rellenamos sus papeles. Los hombres se quedan en Ucrania, como exige la ley. Las mujeres se van, tienen amigos que las esperan en Graz. Ahora debo ser fuerte, no debo emocionarme al verlos separarse, así que me alejo para darles un poco de intimidad. Rezo por ellos en silencio.

Después, veo a una chica rubia sentada en su coche. Se llama Juliya. Baja la ventanilla. Le doy agua y le pregunto si quiere algo más. Llora amargamente. Dice que ha huído de Járkov, pero que sus padres se han quedado allí. Lleva con ella una chinchilla. Me acerco a la ventana y la abrazo. Espero que al otro lado encuentre a alguien que pueda ayudarla psicológicamente. Hay una mezcla de desesperación y gratitud en sus ojos. Se adentra en lo desconocido, pero le aseguro que los húngaros la acogerán y le proporcionarán alojamiento, comida y seguridad. Confío en que mis compatriotas no la defraudarán y en que Juliya recibirá una acogida digna por nuestra parte.

Entonces veo a un yemení con su mujer y sus dos gemelos. Sus papeles están incompletos. Ya han sido rechazados en la frontera polaca. Le prometo que rezaré una oración para que le dejen pasar. Una hora después, el coche no ha vuelto. Tal vez hayan pasado. Eso espero.

Un padre acompaña a su mujer, a sus dos hijos pequeños y a su hija adolescente hasta la frontera. Van a pie. Le prometemos al padre que su familia estará a salvo. El padre abraza a su mujer, cuyo rostro se contrae brevemente por el dolor, pero rápidamente se calma y, cuando se separa de sus brazos, le mira a los ojos con valentía. Promete en silencio que mantendrá a la familia unida. Los niños abrazan a su padre, el más pequeño llora un poco, pero luego sonríen y saludan mientras se van. La chica… es una adolescente, se da la vuelta. Su padre la alcanza, pero ella se escapa de sus brazos, avanza y no mira atrás. No quiere despedirse, han de volver a encontrarse. El hombre se queda atrás y no deja de mirarlos mientras se alejan cada vez más.

Son sólo las 9 de la mañana.

Más tarde, trabajamos en la oficina con Tünde. Por fin hemos conseguido un almacén más grande, donde podemos agrupar todas las donaciones que nos llegan. Los primeros envíos han llegado esta noche.

Ha sido un día largo. No hemos cambiado el mundo, pero hemos intentado mejorarlo un poco. Sé que en casa, esta noche mis amigos están rezando por la paz. Sé que muchos compañeros voluntarios están preparados para venir a ayudar. Sé que el Padre vela por nosotros. Ucrania no está sola.

P.D. Hay momentos que no se pueden, no se deben recoger: porque la dignidad humana es un derecho fundamental.