En una entrevista con el semanario británico Catholic Herald, el Gran Canciller ilustra el trabajo de la Orden de Malta en el convulso Oriente Medio, y describe el actual panorama internacional, señalando los principales cambios geopolíticos en curso. El Gran Canciller también reclama que se apliquen los tratados de derechos humanos, señalando que todas las partes deben respetar las leyes humanitarias fundamentales.
El Gran Canciller de la Orden de Malta: “Es una tragedia que se estén destruyendo milenios de cultura cristiana”
Por PAUL BETTS
La expresión de tristeza del barón Albrecht von Boeselager y su tono de voz contenido esconden su enojo ante los acontecimientos en Siria e Irak.
El Gran Canciller de la Soberana Orden de Malta es el ministro de Asuntos Exteriores e Interiores de la organización, y cuenta con una extensa experiencia en crisis humanitarias provocadas por conflictos creados por el ser humano y por desastres naturales. En su opinión, lo que ocurre en Siria e Irak en la actualidad recuerda a la Guerra de los Treinta Años.
Para aquellos que lo han olvidado, este conflicto especialmente brutal del siglo XVII empezó con una guerra religiosa entre los Estados protestantes y católicos en Europa, aún siendo (o habiendo sido) miembros del Sacro Imperio Romano. La guerra se convirtió en un conflicto más general que implicó a la mayoría de las grandes fuerzas europeas. Regiones enteras de Europa quedaron arrasadas. La guerra no terminó hasta que todos hubieron agotado sus fuerzas; se firmaron tratados de paz, se redibujaron las fronteras y las esferas de influencia en Europa, pero algunos de los conflictos que originaron la guerra siguieron sin resolver durante mucho más tiempo.
En Irak y Siria, afirma el Gran Canciller durante su reciente visita a Londres, “hay muchos intereses en juego, y el enemigo de mi enemigo no es necesariamente mi amigo. Puede ser también mi enemigo.” Como en aquella otra guerra, añade, la estructura de las regiones de Oriente Medio atrapadas en el conflicto cambiará probablemente, en función de las tribus y la religión.
El conflicto también ha puesto en peligro el futuro de las minorías cristianas. “Ésta es la verdadera tragedia, darnos cuenta de que siglos, milenios, de cultura en esta región pueden quedar destruidos para siempre en cuestión de dos años”, insiste. “Los cristianos de Mosul han visto cómo sus vecinos musulmanes se volvían contra ellos, cómo ocupaban o incendiaban sus casas y robaban sus propiedades. Esto no puede repararse, y es un desarrollo peligroso, porque esta actitud ahora se atribuye a los musulmanes. No estoy seguro de que personas de otras confesiones se habrían comportado mejor en circunstancias similares. Incluso aquellos que promueven la cooperación con los musulmanes dudan ahora de si pueden trabajar con ellos, ya que persiste una gran desconfianza entre los distintos grupos.”
A la luz de esta última crisis, es imperativo revivir los principios rectores de la conducta humanitaria. Después de la primera y la segunda guerra mundial, la comunidad internacional implantó con éxito un código de conducta humanitaria, un códex de leyes humanitarias, varias convenciones de la Cruz Roja y resoluciones de Naciones Unidas. Pero a finales del siglo pasado, la observancia de estos principios declinó rápidamente. “Y no son sólo los terroristas. También es Occidente”, afirma. “Los ataques con drones contra los llamados objetivos selectivos (ni ellos mismos saben quién es la persona objetivo) caen sobre un núcleo de población concreto y matan. El respeto de los principios de la ley está sometido a tensiones por todas partes”.
El Gran Canciller pasa al conflicto de Kosovo para ofrecer otro ejemplo personal de este fracaso.
“Me encontré con un buen amigo, piloto de las fuerzas aéreas alemanas, después de la campaña de Kosovo. Necesitó ayuda psicológica, porque como pilotos les habían enseñado que nunca debían aceptar un objetivo que no estuviese claramente identificado. Y en Kosovo, las órdenes de la OTAN eran no volar por debajo de los 3.000 metros; pero a esa altura es imposible distinguir si un todoterreno es un objetivo militar o un coche de civiles. Así que tenían que lanzar sus misiles basándose en probabilidades”.
¿Ha sufrido la Orden de Malta ataques en sus operaciones en las zonas de conflicto de Oriente Medio? “Depende”, explica.
“En ambientes musulmanes moderados no tenemos dificultades. Al contrario. Comparados con las organizaciones seculares, incluso se nos recibe mejor, porque pueden entender nuestra motivación. Sospechan inmediatamente de las organizaciones seculares, porque no entienden sus motivaciones. En esas situaciones las personas desarrollan un olfato especial y sienten cuándo alguien tiene un objetivo oculto o un objetivo que no está conscientemente oculto, pero sí presente. La Orden de Malta es independiente y neutral. Estamos aquí sólo para ayudar. No pretendemos ser los mejores o los más listos, pero somos independientes y objetivos”.
A través de su red humanitaria diplomática la Orden ha contactado directamente con gobiernos que ayudan a sus representantes sobre el terreno. El contacto directo, tanto al más alto nivel como con la población y los refugiados en crisis, es crucial porque, como explica el barón Boeselager, “cuando ya has ido a hablar con ellos, saben quién eres, y esto nos protege porque nuestra fuerza es actuar siempre con un programa muy abierto, explicar qué hacemos, qué queremos conseguir y hablar con todo el mundo”. De hecho, mientras se tenga alguien con quien poder hablar sobre el terreno, se puede ayudar, explica. También es importante ver la situación a través de los ojos de las personas a quienes se ayuda.
Esto no quiere decir que la Orden no haya sufrido bajas en sus actividades humanitarias en zonas de conflicto. En Vietnam primero, en Afganistán más tarde, han sido asesinados representantes y trabajadores de la Orden. Hasta ahora, la Orden no ha sido objetivo de los fundamentalistas en el último conflicto de Oriente Medio, pero el Gran Canciller opina que podría suceder en cualquier momento. La Orden trabaja actualmente en Turquía, Líbano y Kurdistán, y gestiona a distancia dos clínicas móviles en Bagdad que están dirigidas por la Asociación libanesa.
La Orden tiene actualmente a tres trabajadores extranjeros en Kurdistán. “Intentamos siempre contratar a personal local, o trabajadores de la población objetivo.
Así que en la frontera turca, por ejemplo, el hospital de campaña funciona con refugiados sirios”. En Siria e Irak, la situación es tan compleja y peligrosa en la actualidad que la ayuda directa es difícil, si no imposible. Por ejemplo, la Orden mantiene un estrecho contacto con la iglesia en Siria, y ésta le ha aconsejado encarecidamente que no mande trabajadores extranjeros, no sólo para no ponerlos en peligro, sino porque también pondrían en peligro a las personas con las que la iglesia trabaja. “Sí, seguimos ayudando en Siria”, explica, “pero a través de las personas que viven en Siria y cruzan la frontera hacia Turquía, y pueden llevar productos de vuelta. También utilizamos otros canales”.
En muchos lugares de Irak, la situación es demasiado peligrosa. “No sólo es peligroso porque podríamos ser un objetivo. Es mucho más peligroso caer entre las líneas”, afirma.
Siria e Irak inevitablemente atraen toda la atención, pero estas emergencias sólo son una parte del trabajo de la Orden en el mundo. “Estamos activos en 120 países, con operaciones de mayor o menor envergadura. Contamos con entre 80.000 y 100.000 voluntarios, y aproximadamente 30.000 trabajadores. Es una actividad de gran envergadura, en la que la mayor parte de las iniciativas no son de ayuda de emergencia. Tenemos proyectos como las residencias de ancianos en Inglaterra, hospitales en Alemania, organizaciones de voluntarios, asistentes sociales, primeros auxilios y asistencia a los ancianos, los sin techo, los discapacitados… pero el primer plano siempre es para los conflictos y catástrofes”.
Dicho esto, no se deben subestimar los logros de la Orden en zonas de conflicto y catástrofes. Por ejemplo, en Irán: “La última vez que estuvimos allí fue después de un grave seísmo. Nos sorprendió lo bien que estaban organizados y lo poco ideológicos que eran. Después del terremoto, cuando terminó la primera fase de la ayuda, el gobierno local nos pidió que coordinásemos a todas las ONG y que formásemos a nuevas ONG locales. Nos quedamos asombrados”.
Y hay otros muchos ejemplos. “En un país africano nuestro embajador descubrió que en la prisión central no había separación entre hombres y mujeres. Pueden imaginar lo que allí sucedía. Al gobierno no le importaba, por un lado, y por otro lado, se avergonzaban de ello, por lo que no dejaban entrar a nadie que pudiera verlo. Pero confiaron en nuestro embajador, y le dejaron construir un muro en el centro de la cárcel para separar a hombres y mujeres, y, de paso, también una pequeña clínica. Y esto sólo fue posible porque tenía un contacto directo con el primer ministro, y vieron que no dependía de nadie y que no tenía que informar del asunto a ningún otro órgano nacional o internacional”.
Un último ejemplo. “En la última guerra de Líbano nuestro embajador negoció la liberación de más de 1.000 rehenes. Los periódicos europeos hablaron mucho de los rehenes occidentales, pero no de los libaneses. Y entró con su coche diplomático en el campo de batalla del valle de Bekaa para sacar a los heridos, y ninguna de las partes le atacó”. Todos estos ejemplos son pequeñas piezas, afirma el Gran Canciller con modestia, “pero indican cómo trabajamos”.
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