Una vida que llega a su final puede tener un gran deseo de contarse, tanto para sí misma como para los demás. Esta es la razón por la cual los voluntarios de la Orden de Malta de Victoria, en Australia, trabajan en una iniciativa aparentemente sencilla, pero de gran calado: el Biography Program. «Nos sentamos, sencillamente, y escuchamos», cuenta Tanya, una de los muchos voluntarios que desde hace años visitan los hogares de personas en los últimos años de sus vidas y les ayudan a recuperar recuerdos que después serán recogidos en una biografía.
Contar la propia existencia tiene una gran eficacia terapéutica: al recordar momentos de alegría, de éxito, de dolor, las personas toman consciencia de lo rica y llena de acontecimientos que ha estado su vida. También puede servir para relativizar y a dar la importancia justa a la etapa final, la de la enfermedad o la vejez. Para muchos de los participantes en el programa, además, la biografía es un instrumento para comunicar mensajes a los familiares, darles consejos, recordar episodios y transmitir tradiciones, y todo ello puede ayudar a aceptar la muerte inminente con mayor serenidad.
Los efectos positivos de las biografías no se limitan a los protagonistas: ayudan también a las familias y a los amigos que deben afrontar el duelo, porque así tienen en sus manos un modo de mantener el vínculo, de sentir la presencia de aquellos que ya no están, de sonreír al recordarlos.
Los voluntarios dedican mucho tiempo y esfuerzo a este programa: visitan muy a menudo los hogares de estas personas, escuchan sus relatos, los graban, los transcriben, los reviven con ellos. A veces reciben material asociado al relato: fotos, canciones, poesías… Se necesitan al menos diez entrevistas para recopilar una historia, y las biografías ya publicadas van de las 3 a las 170 páginas.
El programa, lanzado en 1992 y premiado por el Ministerio de Sanidad australiano, cuenta hoy con 94 voluntarios. En octubre de 2018 ya se habían publicado cerca de mil biografías.